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Después que el crepúsculo se incendió al amanecer, llegó la lluvia y en sus labios trajo versos de truenos y relámpagos.
Yo estaba en la cocina cuando las primeras gotas llamaron a la puerta.
Querían entrar y abrigarse en mi melancolía.
Pero no la dejé entrar.
Intentó ingresar por debajo de la puerta, pero un viejo trapo de piso, le prohibió la entrada.
Molesta, con más fuerza la lluvia golpeaba los vidrios de la ventana.
Yo estaba en la cocina entre aromas y fragancias.
Orégano, ajo y laurel.
Romero, comino y albahaca.
Azafrán, jengibre y pimienta blanca.
Puse la música alta para alejar todos los males, mientras lloraba conmigo la cebolla que cortaba.
Afuera, la lluvia se quejaba en los gajos de la anacahuita.
Mirando a través de los cristales le dije, quédate afuera tú y tu melancolía.
Inventé hacer un postre y mi casa se inundó de olores y sabores...
Chocolate, menta y anís.
Canela, vainilla y clavo de olor, para alegrar mi mañana.
Mientras afuera el cielo lloraba.
Estaba feliz, hasta que me venció la nostalgia.
Gota, tras gota la lluvia halló una forma de invadir mi alegría.
Encontró en la cocina una cómplice.
Se había roto la canilla y lágrima, tras lágrima, ella también lloraba.
La música, los sabores y las aromas me habían abandonado.
Ahora éramos tres los que llorábamos…
La mañana, la canilla y mi alma…
Artigas Osores
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